lunes, 9 de mayo de 2016

La soledad de muchos...

            “La peor soledad es aquella que se sufre en compañía de muchos. Cuando, rodeado de amigos, no te atreves a compartir tus pensamientos  por el temor a quedarte solo”.  
       
Es difícil ignorarlo. Me refiero a un cartel que suelo encontrar, con frecuencia en las paradas del transporte público de la ciudad en donde habito, y que llaman la atención sobre un problema concreto, de entre los muchos que azotan a la sociedad actual. A pesar de la elocuencia de la imagen, de la crudeza del problema y de la realidad a la que hace referencia, su presencia convertida ya en rutina, pasa muchas veces desapercibida para la ocupada multitud que la contempla: Una mujer, de edad indefinida que dejó atrás los sesenta hace algunos años, mira a través de los cristales de una ventana; su mirada, vacía de contenido, se pierde en el infinito tratando de encontrar una solución a su problema. En el pie de foto, un comentario: “Nunca pensé que, a mi edad, el mayor problema fuese la soledad”.  

La soledad, es algo que nos afecta cada día de manera más directa, con independencia de a qué generación se pertenezca. Cierto, que en la vejez la hace más evidente pero, no me negarán que, resulta paradójico que, con todos los medios de comunicación que tenemos a nuestra disposición, podamos sentir soledad. Pero la sentimos. Por diferentes motivos, pero… la sentimos y nos hace sufrir. Si no fuera así, nos detendríamos frente al susodicho cartel para darnos cuenta de que, también nosotros, miramos sin ver en realidad. Que, también nosotros, huimos de nuestros pensamientos y que, también nosotros, reclamamos el afecto de los demás. Quizás por eso, por no querernos ver reflejados en ese anuncio, pasamos con prisas y sin detenernos. No somos indiferentes a lo que trata de comunicarnos y tal vez por eso, lo ignoramos. Ocupados como estamos, en atender las actualizaciones de nuestra cuenta en las redes sociales, contestar al teléfono y sobrevivir a la jornada laboral, apenas nos queda tiempo para dirigir la atención hacia nosotros mismos. Inconscientemente, depositamos en los demás la tarea de apuntalar nuestros valores. Por eso, acostumbrados a recibir de los demás las caricias y la atención que creemos merecernos, sufrimos cuando éstas escasean.

Soy de los que creo que, las casualidades, no existen. C.Gustav Jung habló de sincronías; de hechos aislados que sin aparente relación coinciden o desencadenan relaciones que nos afectan en particular sin mediar en ello causalidad.  Esta mañana, estaba frente a esa imagen explícita de la soledad justo en el momento de recibir la llamada de una amiga. Alguien, a quien admiro por su trayectoria como persona y por su labor profesional como escritora. El motivo de su llamada era porque estaba triste - Se sentía sola - necesitaba decirme que, por fin, había terminado de escribir su libro; que, finamente, tras dos años de negociaciones, había firmado el acuerdo de divorcio y que en ese mismo momento, conseguido sus objetivos, su orgullo había cedido el paso a un inquietante vacío interior que se agrandaba, por instantes, ante el recuerdo de la muerte de su madre, hace apenas un año. 

Escuché sus argumentos y, por un instante,  me imaginé que quien me hablaba era la mujer anónima del cartel. Y hubiera podido ser. Solo que mi amiga, era mucho más joven y había tenido la valentía de llamar a un amigo para que la escuchara. Quiero pensar que, la soledad es una pausa forzada entre dos acontecimientos; aquel, que ha dejado de motivarnos y el siguiente… ese al que aún no le hemos encontrado su sentido.

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