lunes, 4 de abril de 2016

No conviene romper el espejo

“Por muy lentamente que os parezca que pasan las horas, os parecerán cortas si pensáis que nunca más han de volverá pasar”.                           Aldous Huxley

La sabiduría popular nos dice que “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. A mi entender, estas palabras son un homenaje a la experiencia, cuando ésta se convierte en conocimiento; especialmente, en aquellas personas que hoy profesan  la condición de “memoria viva” de un tiempo pasado. Un tiempo, que acostumbra a emplearse con excesiva generosidad de joven  y que, al llegar a la “tercera edad”, se añora precisamente por su presumible escasez. Así pues, desde tiempos pretéritos, encontrar  “La fuente de la eterna juventud”, junto a la conversión del plomo en oro, fue uno de los objetivos principales los alquimistas durante la Edad Media y, aún hoy, representa un reto en la agenda de los actuales científicos; lo de convertir el plomo en oro…  parece ser que llegó a ser posible pero nunca rentable.

Lo anterior viene a cuento porque, recientemente, he tenido ocasión de visitar una exposición que exploraba algunas tendencias sobre el futuro de nuestra especie. “+Humanos” es el nombre de la muestra. En su interior, pude ver técnicas de reproducción asistida, robótica, biología sintética, e incluso, la posibilidad de perpetuarse mediante técnicas de digitalización. Debo decir que quedé impresionado y algo confuso. Me llamó la atención que, entre los diferentes proyectos expuestos, estuviera la posibilidad de prolongar la vida hasta los ciento cincuenta años. De conseguirse, su realidad encierra la duda terrible de que, lejos de llegar a ser un beneficio para la humanidad, se convierta en una amenaza para nuestro planeta. Por eso, cada día es más importante fijar los límites éticos y legales sobre las posibles consecuencias de estos planteamientos. 

En mi opinión, aún aceptado esta longevidad de forma pragmática, cabe preguntase por las dificultades que resultarían de la relación y convivencia de seis generaciones en un mismo espacio- tiempo. Eso, sin mencionar como afectaría a la gestión y explotación de  los recursos de una Tierra ya sobre saturada actualmente. Doy por hecho que pertenece a la juventud, en su rebeldía, aventurar nuevas hipótesis, derrochar confianza hacia un mundo distinto y avanzar por aquellos caminos inexplorados. Es normal que, la vitalidad inagotable que nutre cada nueva generación, haga que ésta vuele sobre el terreno desconocido sin apenas esfuerzo. Por el contrario, quienes han recorrido ya gran parte del camino, avanzan con la prudencia que les dicta la experiencia de sus múltiples intentos fallidos. Saben que, más que llegar primero, es importante llegar en condiciones que les permita saborear lo vivido, lo experimentado. 

El relevo generacional es consecuencia de la misma existencia y, en ese sentido, la evolución como tal, siempre tiene prisa por alcanzar lo más inalcanzable de la utopía. Quizás es por eso que, mientras el joven reniega de la esclavitud del tiempo, el viejo desea prolongar su estancia en él. Mientras el joven sueña, el adulto permanece insomne en su madurez. Dos versiones de una única realidad, en la que el tiempo siempre juega a favor del último en llegar. El futuro, por encima de cualquier consideración, pertenece a quien lo imagina, a quien puede alcanzarlo. A nosotros, en nuestra madurez, nos corresponde la responsabilidad de lo que soñamos en su día. En lo relativo al presente, sería deseable que unos y otros nos mirarnos en el mismo espejo. Compartiéramos su reflejo, en lugar de romperlo. Trae mala suerte.

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