miércoles, 3 de febrero de 2016

Una última oportunidad

“No podemos eludir la crisis, tan solo podemos elegir de qué modo queremos reaccionar  frente a ella.”.

Él era un hombre de costumbres fijas que, desde que murió su mujer, vivía de forma austera. El trabajo se convirtió en su razón de ser y la hora de la comida en el restaurante, su única distracción. Hacía un año que ella no estaba. En ese tiempo, Damián se había vuelto sedentario. Tras el natural periodo de duelo, cada vez que se arreglaba para salir de casa, sucedía lo mismo. Empezaba aquel maldito dolor de cabeza. Sus ojos, parecían querer salirse de sus órbitas, mientras su cara iba adquiriendo, poco a poco, un color carmesí solo comparable al semáforo de la esquina.

Nunca llegó a cruzar el paso de peatones. De vuelta a casa, se quitaba la chaqueta y la corbata, se aflojaba la camisa y se sentaba en el sillón, hasta que los síntomas desaparecían. Finalmente acudió al médico. El doctor, con la sutileza del que sabe del sufrimiento que produce una mala noticia, había tratado de explicarle lo inexplicable. Las causas podían ser múltiples y la evolución difícil de concretar, por lo que, ante la imposibilidad de relacionar los síntomas con los protocolos establecidos, se sentía incapacitado para darle un diagnóstico. Si esa es la conclusión - “no augura nada bueno”- pensó Damián. Se sentía sin fuerzas y derrotado por el peso de la sin razón. Sin embargo, - “algo habrá que hacer…”- se dijo a sí mismo.

Como no tenía hijos, decidió darse una oportunidad. Años de austeridad y trabajo, bien podían financiarle unas buenas vacaciones. Se puso ropa cómoda y salió a la calle. Por primera vez en mucho tiempo superó el semáforo de la esquina y llegó a la agencia de viajes de la avenida. Le apetecía dar la vuelta al mundo y contrató los medios necesarios. También pensó que, para tan largo periplo, necesitaba ropa nueva. Se acercó a la sastrería más cercana y encargo varios trajes. También los complementos, los zapatos y las camisas. En esto último, tuvo alguna discrepancia con el vendedor que insistía en darle una talla mayor. Amablemente rehusó la propuesta.  Desde que murió su amada esposa, él se proveía de lo necesario y conocía bien sus medidas. Al terminar la compra, mientras Damián cruzaba el umbral de la tienda, el dependiente dijo en voz baja -“Estoy seguro que volverá”. El encargado asintió con la cabeza y razonó – “Se ha llevado un número menos de camisa. La sangre, a duras penas circulará por su cuello… se pondrá rojo como un tomate y le dolerá la cabeza”- Y lo que es peor, se lamentó el dependiente – “¡Dirá que no le hemos avisado!”.

A veces, de manera harto extraña, la vida utiliza la ironía y la paradoja para obligarnos a cambiar nuestro rumbo. Las personas, acostumbran a quedarse atascadas en sus opiniones y en las formas de conducta; es por eso, que les cuesta tanto evolucionar. Cuando la falta de flexibilidad agota nuestros recursos, las grandes crisis nos obligan a pensar diferente. Por eso, debemos permanecer atentos a las oportunidades que se nos ofrecen ya que, la solución, nunca se encuentra en el mismo nivel que se produjo el problema.  Así pues,  conviene desconfiar de lo evidente para poner toda nuestra atención en el verdadero origen del problema. 

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