viernes, 15 de enero de 2016

La pérdida de identidad

“Algún día, en algún lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo; y esa, sólo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”         Pablo Neruda

 Cuando hablamos de la identidad de alguien, acudimos de forma sistemática al conjunto de particularidades que la identifica. Dicho así, no parece una gran cosa; es, como una verdad de Perogrullo, una obviedad. Sin embargo, empezamos a darnos cuenta de su importancia cuando, aún sin llegar a conocer a nadie en concreto, pensamos en algo llamado Alzheimer. Una enfermedad que se caracteriza por la pérdida progresiva de la identidad. Al igual que sucede en una vela encendida con la cera que cubre su mecha y le permite arder, igualmente sucede que, aquello que en su día sirvió a una persona para identificarse e identificarnos, se acumula en algún lugar irrecuperable,  mientras la llama de la vida, poco a poco, se consume. Esa parte del ser humano no es otra que la memoria, la base de nuestra identidad.

Aunque, a lo largo de nuestra vida cambiemos nuestra forma física o nuestra manera de pensar, hay algo que paradójicamente permanece inalterable; nuestra identidad. El ser humano, tiene conciencia de quién es porque tiene memoria, es decir, recuerdos de las diferentes etapas de su vida. Desde su más tierna infancia hasta la madurez, la persona no deja de buscar respuestas a quién es. El niño, interactúa con su imagen en el espejo, cuando aún no ha alcanzado el dominio corporal.  Más tarde, cuando llega a reconocer que la imagen que ve en el espejo es él mismo, se inicia el proceso de su autoconocimiento. Sin embargo, es en la adolescencia donde se produce el verdadero proceso de identificación. Sucede que, al contrastar sus preferencias con las de la familia a la cual pertenece, el adolescente, crea una imagen de sí mismo por la que se reconoce y desde la que se relaciona.

Esa autoimagen, es la base de una autoestima que nos permite valorarnos, positiva o negativamente, según sea el análisis previo que hagamos de nuestra personalidad. En ese sentido, está también el desarrollo del autoconcepto que, a diferencia de la autoestima, va aún más allá y se centra en el reconocimiento de nuestra singularidad; de nuestra individualidad. De otra parte, la personalidad, es decir la conducta, el intelecto y las emociones, se unen a la autoimagen y el autoconcepto para definir, entre todos ellos, nuestra identidad. Tal es así que, la carencia de cualquiera de esos componentes dificultará alcanzar cualquier objetivo.

En mi opinión, la identidad, aún siendo una, puede ser considerada bajo tres aspectos conceptuales. La identidad personal, aquella que coincide con nuestra imagen. La identidad social, aquella que nos identifica con un colectivo específico y por último, y cada vez más relevante, nuestra identidad digital, la que nos relaciona con un mundo global. La pérdida de identidad, sitúa a  la persona al margen del sistema y obliga al individuo a vivir en el olvido de “sí mismo”. La falta de motivación, le impide pensar libremente en cómo vivir, a dónde ir y qué hacer.  Sobre todo, si cada día, ha de reconstruir de nuevo su identidad.

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