domingo, 15 de noviembre de 2015

Las llaves

“Aquello que hoy rechazamos por no querer enfrentarnos a ello, nos lo encontraremos más adelante en forma de destino”.                                             
  Carl Gustav Jung

Llevaban diez años sin verse y tenían mucho de qué hablar. Pedro, vivía al otro lado del país y habían vuelto a su ciudad natal para revisar unos documentos. Por su parte, Juan recordaba vagamente a Pedro y sabía de su afición por la cerveza, por lo que quedaron en un conocido bar de la ciudad para compartir sus vivencias. El tiempo pasó deprisa, y sin darse cuenta, se encontraron con la noche. Juan estaba casado, hombre serio y cabal, no quería llegar tarde a casa. No obstante, aún cayeron un par de cervezas más mientras ambos razonaban sobre la necesidad de ser sinceros, aún a costa de las consecuencias que, de ello, pudieran derivarse.

Los dos amigos, recorrieron las calles de la ciudad, pobremente iluminadas, tratando de llegar lo antes posible a casa de Juan. Con paso ligero aunque serpenteante por la cantidad ingerida de cerveza, cambiaron de acera. En el otro lado de la calle había más luz. Por el camino, escucharon el ruido de unas llaves al caer al suelo. Ambos se llevaron instintivamente las manos al bolsillo del pantalón y ambos aceleraron el paso para llegar antes a la acera iluminada. Una vez en ella, Juan, aprovechando el apoyo que le ofrecía un farol cercano, se agachó y comenzó a andar a cuatro patas. A Pedro, el más afectado por la bebida, aquello le pareció una excentricidad de su amigo. “Es tarde para ponerse… a jugar, ahora”, dijo balbuceando. No estoy jugando, le contestó Juan, estoy buscado mis llaves.  Pedro, aún más desconcertado, informó a su amigo que, de ser así, debería buscarlas en la otra acera. Juan, en un alarde de sinceridad, contesto, “Tienes razón… pero aquí hay más luz y necesito encontrarlas… no quisiera decirle a mi mujer que  las he olvidado en la oficina”.


A pesar de que ambos buscaron las llaves bajo la luz de aquel farol nunca las encontraron. Es más, al llegar a casa, la mujer de Juan supo inmediatamente que éste, mentía. Equivocarnos es siempre posible; lo patético, es tratar de disimularlo. Es necesario que nos responsabilicemos de nuestros actos. Negar los hechos o manipularlos, no nos beneficia. Equivocadamente, solemos convertir nuestros deseos en necesidades y nuestros pensamientos en emociones; El resultado que obtenemos es angustiarnos, cuando no podemos conseguirlos. Si, cuando nos mirarnos al espejo, no vemos “aquello que deberíamos ser”… inconscientemente, nos creamos estados de ansiedad, depresión o culpa que, en lo referente a nuestra conducta, se convierten en dependencia, inseguridad o indecisión. Lo mismo sucede cuando suponemos el “cómo deberían ser los otros” y por supuesto, “el cómo debería ser la vida” que nos aleja siempre de la solución.  Las cosas son como son y no como queremos que sean por eso, aceptar las cosas como son, es el primer paso para aceptarnos a nosotros mismos ya que, como dijo Epicteto, “No son las cosas las que nos perturban, sino la visión que tenemos de las mismas”.

1 comentario:

  1. Espléndida metáfora estamos tan cargados del día a día que ni nosdamos cuenta de buscar las llaves en la otra acera la contaminación emocional pesa demasiado no pretendo buscar excusas sólo resumir realidades

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